Los artistas adolescentes

Hoy hablaremos de los poetas jóvenes, de los jóvenes artistas, de esos personajes que a menudo confunden la vida con sus propios versos o con sus cuadros. Los que construyen torres sobre la tierna arena, los que gastan las noches retocando la imagen de la rosa dibujada en el rostro del algún sueño…

Fue James Joyce quien nos dejaría esa imagen del joven creador a través de su álter ego Stephen Dedalus en la novela semiautobiográfica Retrato de un artista adolescente y desde entonces el mito del artista adolescente, del joven artista, se ha convertido en un arquetipo, en un personaje literario más, en esos seres que, como decía Eliot, confunden la vida con el arte y para los que un poema no es sólo un poema, sino la vida misma.

Cansinos Asséns y los jóvenes poetas del Ultraísmo

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Un gran animador y admirador de la juventud poética en nuestro país fue el poeta sevillano Rafael Cansinos Assens que nos cuenta en la segunda parte de sus memorias, La Novela de un Literato, cómo esas sombras pueriles, poetas de melenas al viento, bohemios cargados por igual de ripios y piojos, llegaban a principios de siglo XX al café El Colonial, donde Cansinos tenía instalada su tertulia, y se ponían a recitar con voz compungida y endeble sus primeros poemas.

La lista de jóvenes discípulos que se reunían en las tertulias de Cansinos era bastante larga: el joven Jorge Luis Borges, acompañado por su hermana Norah, «fémina dinámica y porvenirista»; el poeta gallego Xavier Bóveda, Guillermo de Torre, Pedro Garfias y toda una caterva de muchachitos imberbes que se anexionaron a ese movimiento de vanguardia genuinamente español que se llamó Ultraísmo, que en resumen consistía en componer poemas sobre aeroplanos que surcaban los aires y sobre lechuzas espantadas por el sonido estridente del claxon de un automóvil. Una época recogida en una singular novela de Cansinos titulada El movimiento V.P, cuya lectura resulta de interés para los estudiosos del movimiento vanguardista pero cuyo valor literario es más bien escaso.

Nos cuenta Cansinos también en su biografía cómo acogía a esos jóvenes poetas en su tertulia, cómo los escuchaba con atención e incluso les llegaba a ofrecer las páginas de Los Quijotes, aquella gacetilla literaria que dirigía «el gordo y cetrino, republicano y masón de Pereda» para que diesen a conocer sus versos, claro está que sin ver ni una sola peseta, ya que el poeta joven lo que debía buscar era darse a conocer, salir del anonimato, ese sepulcro de frío mármol que se debe abandonar cuanto antes. Pero es lo que tiene ser joven y poeta… tener un contrato en prácticas de poeta siempre ha sido mal asunto; y es que la de arañar palabras en el humo siempre ha sido una “profresión” muy mal pagada.

“¡Viva la Gillete literaria!”

joyceadolescenteCansinos fue muy criticado por atacar a los poetas antiguos, por arremeter contra aquellos que habían subido vertiginosamente en el escalafón de las letras y habían bebido de la deliciosa ambrosía de la fama. Él prefirió siempre ponerse del lado de los jóvenes. Porque don Rafael no creía que la literatura tuviese escalafones y soñaba ser por siempre un poeta novel: «¿Y hay cosa más divina que ser siempre un novel?… ¡Bah! ¿Ya pasó las épocas de las barbas?… ¡Hoy la Gillete a todos nos hace jóvenes!… ¡Viva la Gillete literaria!…” El eterno debate entre lo nuevo y lo viejo que también se traslada al arte. Sólo hay que recordar a Buñuel y a Lorca arremetiendo contra Juan Ramón Jiménez cuando lo admiraban profundamente. La Historia que, como el buen chorizo pamplonica, se repite.

Pero una cosa sí que está clara, los poetas jóvenes, los artistas adolecestes, sólo son culpables de ser inocentes, soñadores y quimeristas, y cada vez que nos acercamos a sus obras, entre la sonoridad de las palabras, entre los versos mal ajustados, no sólo acariciamos un poema, sino el latir de sus propias vidas.

Alberti y los cómicos del cine mudo

En 1929, Rafael Alberti escribió gran parte de los poemas de uno de los libros de poesía más entrañables y fabulosos que relacionan la literatura con el cine. Me refiero al poemario titulado Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos, un librito que es un homenaje a los cómicos del cine mudo.

En este pequeño artículo haremos un breve repaso a la relaión entre la Generación del 27 y el cine, apuntaremos algunas pequeñas notas sobre el poemario de Alberti y nos centraremos en uno de los poemas más famosos del libro, ‘Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca’.

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El 27 y el cine

La Genaración del 27 y los poetas de vanguardia españoles de los años 20 y 30 sintieron una especial atracción por el séptimo arte. Numeros ensayos críticos en La Gaceta Literaria, infinidad de poemas y alguna que otra película nos demuestran el encanto que el cine ejerció sobre los poetas de la Edad de Plata.

Ejemplos famosos de esta atracción por la luz hipnótica salida del cinematógrafo son las películas de Buñuel Un perro andaluz o La Edad de Oro, guiones como Viaje a la luna de García Lorca o poemas como ‘Cinemática’ de Aleixandre en Ámbito, ‘Cinematógrafo’ de Pedro Salinas en Seguro Azar o ‘En el cinema’ de Guillermo de Torre en Hélices, entre otros.

En 1929, año en el que Alberti escribió su poemario Yo era un tonto…, el mundo fue testigo del estreno de Un chien andalou, película dirigida por Luis Buñuel (en la que Dalí tuvo algo que ver) y que fue considerada por André Bretón como «el primer film surrealista» de la historia. También, en ese mismo año, García Lorca escribía en Nueva York el guión de Viaje a la luna como respuesta a la película de Buñuel, que el poeta granadino consideraba un ataque directo a su persona.

Con estos dos ejemplos, entre otros muchos, queda bastante claro que el movimiento vanguardista español no fue ajeno al encanto popular producido por el cine mudo. Ni tampoco lo fue a las posibilidades que ofrecía dicho medio de expresión a la renovación estética y revolucionaria que pretendían. El cine les ofrecía un nuevo lenguaje, una velocidad y ritmo desconocidos hasta el momento, una realidad distinta que podía suplantar la propia y un juego visual de imágenes encadenadas con un frenesí vertiginoso.

Yo era un tonto… de Alberti

Pero también fue importante la aparición de los primeros mitos de la gran pantalla; todo un star system con nombres como los de Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Harry Langdon, etc…, que deslumhraron no sólo a la gran mayoría sino también a los intelectuales de la época.

En este entorno surge Yo era un tonto…. El libro de Alberti era todo un homenaje poético a esa figuras cómicas de las películas americanas, que consiguieron, junto con el siempre difícil objetivo de hacer reír, presentarse como transgresores de la realidad creando una nueva forma de hacer poesía.

El título del libro lo tomó Alberti prestado de unas palabras dichas por el personaje del gracioso en La hija del aire, una obra de Calderón de la Barca y las primeras lecturas de estos poemas tuvieron lugar el ‘Cinema Goya’ de Madrid en una de las sesiones del primer Cineclub Español, creado precisamente por Giménez Caballero, Buñuel y César M. Arcanada, poetas todos vanguardistas.

Los cómicos del cine con su humor iconoclasta, provocador y anárquico, deslumbraron a un joven Rafael Alberti, que utilizó sus voces y sus piruetas rocambolescas para estos poemas, en su mayoría escritos para ser interpretados.

En este libro Alberti se nos muestra burlón y melancólico, irónico y cargado de hedonismo, como un Charlot mitad hombre gris, mitad payaso; como un pobre vagabundo que intenta arreglar el mundo con un bastón, un te quiero y unos zapatos muy grandes.

Buster Keaton y la vaca

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Yo era un tonto, surge del cine y se alimenta de películas donde los cómicos son los progtagonistas. Ejemplo de esta situación es el poema titulado ‘Buster Keaton busca por el bosque a su novia, que es una verdadera vaca’, que es una referencia muy clara a Go West (1925), film en el que el personaje interpretado por Keaton, después de haber impedido el robo de ganado en el rancho donde había sido contratado, prefiere como premio no a la bella hija del dueño del rancho, sino a una hermosa vaca de nombre ‘Ojos Castaños’ . Surrealismo en estado puro que Alberti supo trasladar a la perfección de la pantalla al papel en blanco.

Para terminar y dejar constancia de la atracción de Alberti por el cine nos quedamos con un verso de ‘Cal y canto’  donde Rafel Alberti apuntaba: “Yo nací – ¡respetadme! con el cine”… No es casualidad por tanto el nacimiento de este librito dedicado a los cómicos  y que rezuma amor por la mecánica, la risa y la poesía.

Cine y Literatura

Tras la aparición del cinematógrafo, aquel aparato hipnótico y fascinante inventado por los hermanos Lumiére a finales del siglo XIX, la literatura ha sido fuente principal y sustento inagotable para lo que conocemos como séptimo arte.

Numerosas obras de autores archiconocidos y también de menos renombre han sido llevadas a la gran pantalla, algunas veces con más éxito y otras veces con menos acierto por parte de los encargados de realizarlas.

Pero deberíamos preguntarnos si la adaptación de obras literarias al cine fomenta o disminuye considerablemente la lectura de dichas obras. Intentaré dejar clara mi postura ante este eterno debate.

He leído novelas por muy diversas razones, ya sea por lo atrayente de su título (recordemos las palabras del Caballero de la Triste Figura cuando eligió el nombre de Dulcinea, que le parecía «músico, peregrino y significativo»), por algún comentario en las páginas «culturetas» de algún periódico o por el consejo de algún docente. Pero tengo que reconocer que también he leído alguna que otra novela gracias al cine.

¿Novela o película?

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El cine me invitó a leer ‘El nombre de la rosa’, la conocida novela de Umberto Eco, pero observé que sucedía algo extraño en el proceso de lectura, porque creo que leí la novela de forma distinta a las muchas antes leídas.

El problema que surge cuando se lee la novela después de haber visto su adaptación al cine es, desde mi punto de vista, el de la pérdida de imaginación. Esta afirmación puede resultarnos un tanto extraña, pero noté, mientras leía la novela de Eco, que el personaje del monje franciscano creado por la mente del autor, tomaba en mi pensamiento la imagen de Sean Connery.

Esto es sin duda lo que te ofrece la literatura y de lo que te priva el cine: la capacidad de imaginar.

Con un libro entre las manos puedes crear tus imágenes particulares de un paisaje idílico, de una lucha trepidante entre espadachines, o de un hombre «ferido de punta de ausencia», perdidamente enamorado y medio en pelotas, brincando, como poseído por el demonio, entre las peñas de Sierra Morena…

Con el cine sólo ves la particular imagen que ha recreado la lectura de otra persona.

Actividades complementarias

Sean-Connery-el-nombre-de-la-rosa.jpgNo crean que les estoy incitando a que dejen de ir a las salas de los cines de su ciudad, todo lo contrario, sigan yendo al cine porque es maravilloso, pero sumérjanse de vez en cuando entre las páginas de alguna novela o de algún libro de poemas y den rienda suelta a su imaginación, porque en una sociedad tan moderna y tan monótona como la nuestra, donde nos lo dan todo machacado y triturado, como las papillas a los bebés, es necesario imaginar, es necesario soñar y disfrutar de la lectura.

Así que les animo a que vayan al cine, pero también a que lean algún que otro libro. El cine y la literatura son actividades complementarias. Me parece que es mucho más divertido compartir ambas aficiones que disfrutar únicamente de una de ellas.

De mujeres travestidas

Se ha hablado mucho de la imagen de la mujer en la literatura. Ríos de tinta han corrido sobre el asunto y miles de ejemplos de personajes que merodean por cientos de páginas nos muestran a una mujer con tintes malvados y en eterna disputa por convertir el mundo en un caos o, como la perspectiva cristiana nos apunta, en un valle de lágrimas.

Desde Circe, personaje de la Odisea que convertía en cerdos a todos los marineros que viajaban con Ulises. O Lilit, antecesora de Eva en las Sagradas Escrituras y madre de una caterva de monstruos y gigantes, esa “mala simiente de la tierra” como los llamaba Don Quijote, pasando por el personaje de Pandora, llevada por su curiosidad a destapar la caja que fatídicamente lleva su nombre y que más tarde traería toda clase de desgracias al género humano; o también de las amazonas, creando una sociedad guerrera donde no tenía cabida el hombre… La lista sería infinita ya que hay cientos de representaciones en la literatura de la maldad reencarnada en el género femenino.

La mujer y el cristianismo

Por otro lado, nos encontramos con la imagen femenina que nos legó la literatura del cristianismo. Aquí o bien tenemos el retrato de la pecadora María Magdalena o el de la amantísima madre de Jesucristo, la Virgen María. Esta última imagen de la madre virginal fue usada también por el neoplatonismo del Renacimeinto en la imagen de la mujer pretraquista casi virginal a la que llamaban Donna angelicatta o Donna gentile, que más que una mujer completa era más un compendio de virtudes físicas y morales, como se puede ver en el famoso soneto XXIII de Garcilaso “En tanto que de rosa y azucena”.

Estas eran las imágenes de la mujer más conocidas por mí en el universo de las letras. Representaciones que las presentaban como sempiternas portadoras de desgracias para el género humano o como luchadoras o brujas que atentaban constantemente contra el hombre.

Mujeres en atuendo varonil

8-catalina-de-erausoPero estas imágenes cambiaron por completo después de la lectura del diario de Catalina de Erauso, o de la más popularmente conocida como monja alférez. Porque pude comprobar que una de las formas más inteligentes que la mujer ha utilizado para luchar contra lo que se conoce como sociedad falocéntrica ha sido el travestismo.

El travestismo femenino fue algo bastante común entre los siglos XV y XVII, o al menos es de esta época, de la que se conocen más casos fundamentados. La fuente principal de los estudiosos sobre el tema proviene de las biografías y de las confesiones que las mujeres hacían ante los tribunales de justicia cuando eran sorprendidas en atuendo masculino, e incluso de los numerosos casos de travestismo femenino que podemos encontrar en multitud de obras literarias. Está claro que si el travestismo femenino fue un tema bastante utilizado por los escritores de la Edad Media y el Renacimiento es porque casos similares ocurrían en la realidad. Así tenemos constancia de ello por personajes como Ana Félix en El Quijote, Viola en Noche de Reyes de Shakespeare o la propia Catalina de Erauso, entre otros ejemplos.

El caso de Catalina de Erauso

Pero centrémonos en Catalina de Erauso, una señora de Guipúzcoa, que allá por el año 1589, decidió fugarse del convento en el que sus padres la habían recluido para que se hiciese monja y, tomando atuendo masculino, embarcó rumbo a América para luchar contra los enemigos de España. El cargo militar de Alférez se lo impuso el mismo Rey, siendo el Papa Urbano VIII, como premio a su gran valor, el que le diera licencia para andar por el mundo con hábito varonil.

Pero aparte de los motivos patrióticos de doña Catalina, también encontramos otras razones por las que una mujer decidía cambiar su aspecto por el de un hombre. Eran razones románticas, económicas e incluso sexuales las que hacían que alguna que otra mujer se revelara contra la sociedad falocéntrica en la que vivía, sumergiéndose de lleno en ella, es decir, tomando atuendo de varón.

Rebeldes usando “el sistema”

29-catalina-erauso-articleDomingo Yndurain, decía que existen varios modos de criticar o revelarse contra algo. El más efectivo de ellos, y el que nos interesa, es introducirse o comportarse de igual forma que aquello mismo que deseas criticar (el ejemplo más claro de esta postura lo podemos comprobar con la lectura de El Quijote, ya que Cervantes arremete contra los libros de caballería escribiendo un libro de caballeros andantes). ¡Qué mejor manera de criticar algo que desde dentro, conociendo a la perfección las virtudes y los defectos de tu enemigo!…

Con el travestismo femenino, las mujeres de antaño revelándose contra la premisa del Deutoronomio «Non induetur femina veste virile» (No se le permita a la mujer tomar vestimenta de varón) buscaban realizar como hombres las cosas que no se les permitía hacer como mujeres. Recordemos que ese mismo precepto bíblico no permitía a las mujeres subirse a un escenario y actuar como actrices en las obras del teatro isabelino inglés. De esta forma los papeles creados por Shakespeare para Julieta, Ofelia o Cleopatra eran interpretados por hombres vestidos de mujeres (los llamados “boys”). En fin, el mundo al revés.

Casos como el de Catalina de Erauso y el de muchas otras que rondan miles de páginas de nuestras letras muestran que, a pesar de la dificultad, estas mujeres se revelaron contra una sociedad donde el hombre era el señor y dueño, convirtiéndose en falsos hombres y llevando a cabo sus deseos. Más vale maña que fuerza diría alguno.

Afortunadamente los tiempos han cambiado… o quizá no han cambiado tanto.

Los hermanos Machado: los complementarios

Manuel y Antonio… los Machado. Antonio, el filósofo, el hombre austero de torpe aliño indumentario; Manuel, el ruiseñor, el pizpireta y farandulero cantor de la vestales callejeras y de los antros de lenocinio… Dos imágenes, dos hombres, dos formas de entender la vida totalmente distintas, pero a la vez, dos complementarios, dos caras de una misma moneda, el ying y el yang de una España siempre divida y por donde nunca ha dejado de cruzar “errante la sombra de Caín”.

Para comprender las dos personalidades tan diferenciadas de ambos hermanos nos ceñiremos a tres aspectos: sus vidas, sus obras y sus posiciones políticas.

París, 1899

En primer lugar nos trasladeremos a 1899, cuando los hermanos se encuentran en París y trabajan como traductores en la editorial Garnier Fréres. Antonio, el de alma castellana, el poco amigo de la diversión, dejaría pronto el trabajo en Francia, buscando sin duda las colinas plateadas y la fuente bergsoniana de sus Campos de Castilla; sin embargo Manuel continuó en su exilio parisiense, bebiendo cada gota de la absenta simbolista y coincidiendo en la tierra de Verlaine con escritores tan célebres y pintorescos como Oscar Wilde, André Gide y Rubén Darío, personajes que vivían al límite su dandismo, su homsexualidad o su alcoholismo como banderas de una estética de la que gustaba tanto a Manuel.

Nos cuenta el crítico Gordon Brotherston en el que para mí es el estudio más completo sobre la vida y obra del poeta de ‘Adelfos’, que tuvo Manuel con Rubén Darío una trifulca por cuestiones de faldas, la cual ambos poetas solucionaron por supuesto en un tugurio del Barrio Latino, bebiendo ajenjo como posesos y componiendo madrigales a las lunas de los charcos.

Este periplo de sus vidas nos muestra a las claras sus dos personalidades diferenciadas. Mientras Antonio rehuía la infame turba de nocturnas aves de la vida parisiense y prefería sin duda la oscuridad de achicoria de una tertulia de café en Madrid, Manolo quiso degustar durante más tiempo y con toda la intensidad que merece el tumulto que se vivía en París, esa ciudad de suburbios viejos y nuevos palacios donde según Baudelaire “todo se vuelve alegórico”.

Regreso a España, 1902

MMR-y-AMR-Alfonso-002En 1902, ya de regreso en España, Manuel publicaría su primer libro de poemas: ‘Alma’. Mientras tanto, su hermano Antonio, tan sólo unos meses después, publicaría ‘Soledades’. Dos libros de estética modernista pero con tonos bien diferenciados donde la personalidad de cada uno sale claramente a relucir.

Fue esta la época donde a los hermanos se les veía ir juntos a muchas tertulias literarias como la que Villaespesa tenía en la buhardilla de su casa, en el número 5 de la Calle Divino Pastor. Rafael Cansinos-Asséns, que también pululaba aquel cenáculo modernista, nos dejó en sus Memorias de un literato un retrato de los dos hermanos, confeccionado con esa maestría y dominio del lenguaje que caracterizaba al escritor sefardita, maestro de Borges y que traslado aquí en su totalidad: «Manuel, efusivo, ligero, chispeante, andaluz pizpireto; Antonio, serio, ensimismado, meditabundo, lacónico como un espartano, descuidado en su atuendo, con manchas de cenizas y alcohol en su traje viejo y raído. ¡Qué contraste entre los dos hermanos! Manolo, dicharachero, marchoso, de una elegancia aflamencada y de una movilidad de pájaro; Antonio, grave, silencioso, lento, arrastrando los pasos como una cadena…».

La diferencia para Cansinos salta a la vista. Manolo, el poeta de la musicalidad, el hedonista y cantor de la vida cosmopolita; Antonio, el hombre retraído, de sentencia alambicada y pensamiento profundo, cantor de la vida agreste y del paisaje interior del alma.

Siempre se ha dicho que Manuel fue un poeta de verso fácil, de un coloquialismo exacerbado, que elegía siempre la música antes que el tema que iba a desarrollar en sus poemas (Unamuno precisamente le criticaba este aspecto de su poesía en el prólogo de ‘Alma’). De Manolo siempre se decía que era el poeta de la inspiración, el vate de la música, mientras Antonio era el poeta del trabajo y la elaboración.

No sé hasta qué punto esta afirmación puede ser del todo cierta, pero Cansinos nos cuenta una anécdota en sus memorias que puede ser muy ilustrativa. Una tarde don Rafael, entró en un café de amplios divanes rojos, repleto de espejos por doquier y contempló a don Antonio escribiendo algunos versos; cuál fue su sorpresa al comprobar que Antonio contaba con los dedos las sílabas de sus versos… Esta imagen hubiese sido impensable en su hermano Manuel que según dicen tenía un oído para la musicalidad del verso excepcional.

Diferentes, pero complementarios

Pero aunque hubo gran diferencia en su forma de concebir la poesía y aunque es cierto que ambos poetas eran muy diferentes, también paradójicamente compartían muchas cosas. Eran inseparables en las tertulias y colaboradores en muchas obras de teatro que tuvieron un gran éxito durante la dictadura de Primo de Ribera.

Pero quizá el mayor punto de diferenciación entre ambos hermanos es el aspecto político. Sobre todo después de estallar la Guerra Civil española.

Manuel ha quedado para la historia literaria como representante de la España franquista y Antonio como defensor del ideal republicano.

¿Por qué el prestigio de Manuel Machado como poeta decayó tanto y la imagen de Antonio se ha idolatrado hasta la saciedad?

La respuesta a esta pregunta la encontramos en los famosos versos de Antonio que definen España como «un trozo de planeta/ por donde cruza errante la sombra de Caín»… Desgraciadamente, España, aunque intentemos camuflar la realidad, sigue siendo un país cainita, envidioso y resentido. La Historia literaria nunca ha perdonado a Manuel su poema ‘Saludo a Franco’ en la toma de Madrid.

Manuel, el poeta franquista

por-hermanos-machadoPero todos nos preguntamos, ¿cómo un hombre como Manuel Machado se unió al alzamiento militar? ¿cómo un poeta de vida un tanto bohemia, algo propenso a la golfemia, se proclamó partidario del régimen franquista?

Yo me atrevería a decir que por causa del miedo, ese monstruo del que por aquellos años no se libró absolutamente nadie.

A pesar de su “famoso” soneto en alabanza al generalísimo, no debemos olvidar que a Manuel Machado le pilló la contienda en zona franquista y a Antonio en zona republicana. La verdad que el posicionamiento político de Manuel fue quizá más una cuestión de supervivencia que de carácter ideológico.

De hecho resulta curioso que Manuel en una entrevista publicada recién empezado el conflicto bélico, declaraba que aquel alzamiento militar de Franco no era más que «otra cruzada carlista» (declaraciones que pusieron en peligro su propia vida). Quizá esas declaraciones hicieron que el poeta del Mal Poema se viera en la “obligación” de escribir esa alabanza a Franco que entre otras cosas le granjearía el favor del régimen y le salvaría la vida.

Pero España, como digo, suele ser cainita. Seguramente, a muchos les habría gustado ver a un Manuel Machado pasado por las armas del alzamiento, para así poder contar con otro protomártir de la guerra.

El ocaso de Manuel

Pero lo cierto es que Manuel murió como el don Guido de su hermano Antonio, un personaje «de mozo muy jaranero, muy galán y algo torero; de viejo, gran rezador», abrazando los preceptos del movimiento nacional, mientras que Antonio Machado moría en Colliure, exiliado y como claro símbolo de los ideales republicanos. Cosas del destino y de la geografía… o no.

Lo cierto es que muchos han visto la historia de los Machado como una alegoría de las dos Españas; esas dos Españas tan diferentes, pero a la vez tan similares. Dos visiones de la vida totalmente distintas, dos Españas, que aunque diferentes, fueron totalmente complementarias, como complementarios fueron los Machado.